02 - La Envidia 03
Por Qué Y Cuándo Hacemos Comparaciones
¿Quién de
nosotros no conoce a alguien que es más atractivo, más simpático, más
inteligente o tiene mejores calificaciones en los estudios? O tal vez sea una
persona que goce de mejor salud, un trabajo más gratificante, logre más cosas o
tenga más amigos. Quizá posea más bienes, más dinero, un auto más nuevo o
parezca ser más feliz. ¿Nos comparamos con alguien así? ¿Es inevitable hacerlo?
¿Por qué debe el creyente evitar las comparaciones? ¿Y cómo podemos sentirnos
satisfechos sin compararnos con los demás?
¿Por qué nos
comparamos con los demás? Una explicación sostiene que es para conservar o
aumentar la autoestima: al ser humano le gusta comprobar que tiene tanto éxito
como sus semejantes. También se ha afirmado que las comparaciones sirven para
despejar dudas sobre nosotros mismos, porque nos permiten tener una idea de lo
que somos capaces de conseguir y cuáles son nuestros límites. Cuando observamos
los logros alcanzados por personas que en muchos aspectos son como nosotros,
llegamos a la conclusión de que podemos cumplir con metas parecidas.
¿En qué campos
suelen hacerse comparaciones? Por lo general respecto a cualquier posesión o
atributo que se considere de valor en la comunidad, como la inteligencia, la
belleza, la riqueza o la forma de vestir. Y tendemos a compararnos en los
aspectos que nos interesan. Probablemente no envidiaremos el tamaño de la
colección de sellos de un conocido, por ejemplo, a no ser que nos interese la
filatelia.
Las
comparaciones provocan toda una gama de reacciones, desde la alegría hasta la
depresión, desde la admiración y el afán de imitar, hasta el malestar y el
antagonismo. Algunas de estas emociones son perjudiciales y además
incompatibles con las cualidades creyentes.
Comparaciones Competitivas
Muchos de los
que tratan de sobresalir al compararse con los demás manifiestan un ruaj de
competencia. Quieren ser los mejores y no están satisfechos hasta que lo
logran. No es agradable estar con tales personas, porque la amistad con ellas
resulta forzada, y la relación, tensa. No sólo les falta humildad, sino que
además tampoco ponen en práctica el consejo bíblico de amar al prójimo, ya que
su actitud fácilmente puede hacer que los demás se sientan inferiores y
humillados.
Ese proceder
suele herir sentimientos. Según cierta escritora: "Nuestros fracasos son más dolorosos cuando parece que las
personas que están en nuestra misma situación han obtenido los bienes a los que
nosotros aspiramos". De un ruaj competitivo surgen la envidia, el
resentimiento y el malestar para con los demás a causa de sus posesiones,
prosperidad, posición social, reputación, ventajas, etc. Esto a su vez origina
más rivalidad y forma un círculo vicioso. Las Escrituras condenan que estemos "promoviendo competencias"
(GalutYah 5:26).
A fin de
proteger su autoestima herida, el envidioso menosprecia los logros de sus
rivales. Este tipo de reacciones tal vez no parezcan tener tanta importancia,
pero si no se reconocen y controlan, pueden terminar en ofensas intencionadas.
Analicemos dos relatos bíblicos que muestran las consecuencias de la envidia.
Mientras Yitzjak
residió entre los filisteos, fue bendecido con "rebaños de ovejas y manadas de ganado vacuno y una gran
servidumbre, de modo que los filisteos empezaron a envidiarle". ¿Cómo
reaccionaron? Cegaron los pozos que había cavado Avraham, el padre de Yitzjak,
y además, el rey le pidió que se fuera (Bereshit 26:1-3-12-16). La envidia de
aquella gente fue maliciosa y destructiva. No pudieron soportar que Yitzjak
gozara de prosperidad en medio de ellos.
Siglos después,
David se distinguió en el campo de batalla. Las mujeres de Yisrael alabaron sus
hazañas cantando: "Saúl ha derribado
sus miles, y David sus decenas de miles". Aunque Saúl estaba
recibiendo alabanza, consideró humillante aquella comparación, y empezó a
corroerle la envidia. A partir de ese momento, comenzó a ver a David con malos
ojos, y poco tiempo después llevó a cabo el primero de varios intentos de
asesinarlo. ¡Cuánta maldad puede desencadenar la envidia! (Shemuel Alef
18:6-11).
Así pues, si al compararnos
con otras personas —con sus proezas o sus logros—, notamos que afloran en
nosotros sentimientos como la envidia o la competencia, tengamos cuidado. Estas
son emociones negativas, incompatibles con el modo de pensar de Elohim. Pero
antes de examinar cómo rechazar esas actitudes, analicemos otro factor que
genera comparaciones.
La Evaluación Personal Y La Satisfacción
"¿Soy
inteligente, atractivo, competente, respetable, amable, etc.? ¿Hasta qué
punto?". Rara vez nos colocamos ante el espejo y nos hacemos estas
preguntas. La persona que no está segura de lo que es capaz de lograr tal vez
reflexione sobre estos temas sin ánimo competitivo ni asomo de envidia. Tan
sólo lo hace para evaluarse, y eso no es necesariamente malo. Ahora bien, compararse
con los demás no es la forma correcta de hacerlo.
Nuestras
aptitudes varían mucho, dependiendo de un sinnúmero de factores. Por lo tanto,
en vez de observar con envidia a aquellos a quienes parece irles mejor —que
siempre los habrá—, deberíamos medir lo que somos según las normas justas de
Elohim, las cuales constituyen una guía confiable de lo que es bueno y recto.
Yahweh está interesado en lo que somos a nivel individual; no necesita
compararnos con nadie. El apóstol Shaúl nos aconseja:
Así que, examine cada uno su obra, y entonces tendrá motivo de
orgullo sólo en sí mismo y no en otro... GalutYah 6:4
Como todos somos
imperfectos, es posible que tengamos que librar una batalla intensa y sin
cuartel contra la envidia. Una cosa es saber lo que nos dicen las Escrituras: "En cuanto a mostrarse honra unos a
otros, lleven la delantera", y otra muy distinta ponerlo en práctica.
Shaúl reconocía su tendencia hacia el pecado. Para luchar contra ella, tenía
que "golpear su cuerpo y
esclavizarlo" (Romaniyim 12:10; Qorintiyim Alef 9:27). En nuestro
caso, tal vez implique rechazar los pensamientos competitivos y sustituirlos
por otros más positivos. Tenemos que pedirle a Yahweh que nos ayude a:
...que nadie se estime en más de lo que conviene, sino que se
estime con sensatez, conforme a la medida de fe que Elohim repartió a cada uno.
Romaniyim 12:3
También sirven
de ayuda el estudio de las Escrituras y la meditación en la Palabra.
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