Es vital que todo obrero del Adón conozca al hombre. Cuando una persona viene a nosotros, deberíamos percibir su condición espiritual, qué clase de persona es y su nivel de transformación. Tenemos que discernir si sus palabras concuerdan con la intención de su corazón o si trata de ocultarnos algo, y tenemos que percibir sus características, si es obstinado o humilde y aun si su humildad es genuina o falsa. La efectividad de nuestra obra depende en gran parte del discernimiento que tengamos de la condición espiritual de otros. Si el Ruaj de Elohim capacita a nuestro ruaj para que conozca la condición de quienes se nos acercan, seremos aptos para darles la palabra exacta que necesiten.
En el relato de las
Besoroth vemos que cada vez que alguien venía al Adón, Él le daba la palabra
precisa. ¡Esto es maravilloso! Él Adón no le habló a la mujer samaritana acerca
de la regeneración ni a Nicodemo del agua viva. La verdad de la regeneración
era para Nicodemo y la del agua viva para la samaritana. Sus palabras fueron
muy exactas. Él hizo un llamamiento a los que no lo seguían y a los que
deseaban seguirle les habló de llevar el madero. Cuando alguien se ofreció de
voluntario, le habló del alto precio que había que pagar, y cuando uno estuvo
indeciso de seguirle le replicó:
"Deja que los muertos entierren a sus muertos". El Adón siempre
tuvo la palabra precisa para cada caso, ya fuera para aquellos que venían a Él
con un corazón que lo buscaba con sinceridad o para los que sólo se acercaban
por mera curiosidad o para tentarle, porque conocía perfectamente a todos. Él
está muy por encima de nosotros en cuanto a la manera de conocer a los hombres;
por lo tanto, tenemos que tomarlo como nuestro modelo y Cabeza,
aunque nos encontramos muy por debajo de Su norma. Por eso, es indispensable el
quebrantamiento de nuestro hombre exterior, a fin de que se manifieste nuestro
hombre interior, el que contiene a Mashíaj. El Adón nos ha concedido Su
misericordia para que aprendamos de Él la manera de conocer a los hombres como
Él los conoce, de manera que sólo necesitamos el quebrantamiento y avanzar.
Si dejamos que un
hermano que no tiene discernimiento se encargue de un alma, no sabrá cómo
hacerlo. Sólo le hablará de su experiencia personal. Si tiene cierto sentir y
un tema favorito, de eso hablará con todo el que se encuentre. ¿Cómo espera
esta persona tener efectividad en su trabajo? Ningún médico prescribe la misma
receta a todos sus pacientes. Desafortunadamente, muchos siervos de Elohim
tienen una sola receta. No tienen la capacidad de diagnosticar acertadamente
las diferentes enfermedades de otros (ni las propias, en muchos casos); aun
así, tratan de sanarlos. No saben que el hombre puede tener problemas
complejos, ya que nunca han sido adiestrados para discernir la condición
espiritual del ser humano, y creen tener la medicina apropiada para todos. Esto
es necedad e insensatez. No esperemos sanar con la misma medicina todas las
enfermedades espirituales. Eso es imposible.
No tenemos que pensar
que sólo aquellos que tienen poca capacidad de percepción tienen dificultad
para discernir al hombre, ni que los que son perspicaces podrán hacerlo
fácilmente, porque ni los perspicaces ni los que no lo son tienen el debido
discernimiento. Conocer a los hombres no depende de la mente ni de los
sentimientos. No importa cuán aguda sea nuestra mente, esto no nos capacita
para penetrar hasta lo más íntimo del hombre a fin de escudriñar su condición.
Cuando un obrero
creyente se relaciona con una persona, la tarea primordial y básica es PERCIBIR
LA VERDADERA CONDICIÓN DE ELLA ANTE ELOHIM. Muchas veces ni el paciente mismo
sabe cuál es su enfermedad. Tal vez piense que su problema radica en su cabeza,
porque ésta le duele, sin saber que eso puede ser sólo un síntoma de otra
enfermedad. No sólo porque sienta su frente caliente, significa que tiene
fiebre. Lo que el paciente diga tal vez no sea confiable. Muy pocos pacientes
saben realmente qué enfermedad tienen. Es por eso que necesitan que nosotros
les diagnostiquemos qué tienen y les demos el tratamiento correspondiente. Es
posible que ellos no puedan decir con exactitud cuál sea su condición. Sólo
quienes han estudiado medicina, esto es, los que han sido adiestrados para
discernir los problemas espirituales, pueden diagnosticar acertadamente el
padecimiento de la persona y recetar el tratamiento correspondiente.
Cuando formulamos un
diagnóstico, tenemos que estar seguros de lo que estamos diciendo. No podemos diagnosticar
apresuradamente. Un "doctor" encerrado en su propia experiencia
insistirá en que el mal que otro tiene es el que él se imagina. Así que, corre
el riesgo de asignar una enfermedad que la otra persona no tiene. Por lo
general, la persona enferma o con problemas, desconoce su condición, y necesita
que se le indique cuál es. Por lo tanto, nunca tenemos que ser subjetivos al
diagnosticar.
Sólo si discernimos
el problema específico de los hermanos y les recetamos la medicina adecuada,
seremos aptos para ayudarles. Si nuestro diagnóstico es acertado, les podemos
ayudar. En ocasiones nos enfrentamos a problemas que están fuera de nuestro
alcance, pero por lo menos sabemos con certeza en qué dirección ir. Algunos
casos están dentro de nuestra posibilidad de ayudar, pero otros no, aunque
siempre, en todos ellos, LA RESPUESTA FINAL ES MASHÍAJ. Pero a veces se nos
ordena en el ruaj no sólo diagnosticar, sino también medicar. Otras veces, será
el Ruaj mismo quien se ocupe, o enviará otras herramientas. En tales
circunstancias, no tenemos que ser necios pensando que podemos ayudarle a todo
el mundo en todos los casos. Cuando nos sintamos en condición de ayudar a algún
hermano en su problema espiritual, hagámoslo con todo nuestro corazón Y SIEMPRE
DESDE EL RUAJ, pero cuando descubramos un caso que esté fuera de nuestro
alcance, tenemos que reconocerlo y decirle al Adón: "No puedo resolver este problema; no soy capaz de atender a este
enfermo; no estoy capacitado para afrontar esta situación. Ten misericordia de
él y envía obreros". Tal vez en ese momento recordemos la función
específica de ciertos miembros del Cuerpo que son idóneos en el tratamiento de
casos como éste, y reconozcamos que ellos son los indicados para ocuparse de él
y lo dejemos al cuidado de ellos. Si estamos conscientes de nuestras limitaciones,
sabremos que esto será lo más indicado, porque sería insensato pretender
monopolizar toda la obra espiritual; tenemos que aceptar nuestras limitaciones
y, a la vez, darles su lugar a otros hermanos para que funcionen y comuniquen
algún suministro al Cuerpo. Tenemos que tener la humildad de decir a estos
hermanos: "No tengo la capacidad
para resolver esto, usted es la persona indicada para hacerlo". Este
es el principio básico del Cuerpo, el principio de trabajar juntos, y no
independientemente.
Todo el que trabaja
para el Adón y sirve a Elohim debe aprender a conocer al hombre. Aquellos que
no son capaces de discernir la condición espiritual de otros, no son aptos para
la obra. Es lamentable que la vida de muchas personas sea arruinada por las acciones
de hermanos incompetentes, los cuales son incapaces de proporcionar ayuda
espiritual, y aun así, pretenden "ejercer sus derechos". Ellos no
pueden satisfacer las necesidades de los creyentes, sólo procuran imponer sus
puntos de vista personales. Este es el problema más serio que afrontamos,
porque por lo general diagnostican una enfermedad que el creyente en realidad
no padece, e insisten en eso. Nuestra responsabilidad es aprender a detectar la
verdadera condición espiritual de las personas. Si no podemos detectarla con
exactitud, no seremos aptos para ayudar a los hijos de Elohim.
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